En el afán de lograr este cometido, muchos de ellos recurren a los castigos físicos o síquicos como medida para el resultado que esperan o como forma de “disciplinar”, de obediencia, de orden. Sin embargo, la violencia ya sea física o síquica no es la mejor herramienta para educar, ya que es una forma de maltrato y una violación a los derechos humanos.
“Los castigos físicos durante la infancia pueden incrementar la escala de violencia a medida que el niño o la niña va creciendo. El maltrato a los/as niños/as es un grave problema social, con raíces culturales y sicológicas, que puede producirse en familias de cualquier nivel económico y educativo. El maltrato viola derechos fundamentales de los/as niños/as y por lo tanto, debe ser detenido, cuanto antes mejor”, expresa Cecilia Sirtori, de Unicef.
El buscar modos no violentos de educar a los hijos e hijas es una invitación-desafío para las madres y los padres a comprometerse con la construcción de una cultura de paz y con el fortalecimiento de un modelo democrático de sociedad basado en el diálogo como forma de resolución de los conflictos. Y precisamente dentro de esa búsqueda es que se ubica ADRA (Agencia Adventista para el Desarrollo de Recursos Asistenciales), con los talleres que viene organizando para el bañado Sur y Norte, para las Codenis (Consejería Municipal por los Derechos del Niño, Niña y Adolescente), instituciones educativas, empresas... “Estamos formando promotores, capacitándolos para que puedan orientar a los padres con eficacia en el importante rol de educar con reflexión, diálogo. En estos talleres se forman grupos con los participantes y se van desmenuzando los problemas que acarrea este mal y la forma de prevenirlo o erradicarlo. Consideramos efectivo este tipo de trabajo, ya que las personas se sienten seguras y en confianza, tienen la posibilidad de hablar y escucharse sobre las situaciones difíciles que se presentan en la rutina diaria con los niños, con las niñas”, afirma María Cecilia Céspedes, coordinadora del proyecto ADRA.
Agrega que apuntan a un cambio cultural sobre creencias y prácticas y tomando como eje la campaña que lanzara Unicef en el 2010, denominada “Sin violencia se educa mejor”. “Tomando como base esta iniciativa, que tuvo sus buenos resultados, es que buscamos sensibilizar, cuestionar acerca del modo efectivo de educación, de manera que los padres y las madres representen modelos positivos. Estamos todos juntos para aprender a ser mejores mamás, papás, por nuestros hijos e hijas”.
¿Desde qué edad debemos comenzar a preocuparnos por hacer bien la tarea? “Desde que nacen”, indica Cecilia Sirtori. “Cada etapa de la vida del niño, la niña o adolescente puede describirse observando sus necesidades y potencialidades, su capacidad de aprender en un proceso constante y abierto, a partir de la imitación del ejemplo y del ensayo-error”.
Dice también que es importante reconocer que, de acuerdo a la etapa de desarrollo que viven, tienen determinada capacidad de entendimiento o razonamiento y características particulares”.
De 0 a 18 años
Según la guía elaborada por Unicef, en esta etapa poner límites está relacionado con ir discriminando y ayudando a los bebés a entender qué les sucede. Por ejemplo, las madres y los padres van “interpretando” el llanto de sus hijos, de sus hijas. “Es un llanto porque tiene sueño, hambre, calor o quiere mimos”. Y de esta manera, respondiendo a las necesidades de los bebés, las madres y los padres van organizando una rutina que va siendo más estructurada a medida que van creciendo.
Ahora bien, desde los nueve meses hasta los dos años, los niños y las niñas, desarrollan paulatinamente mayor independencia física. Es cuando empiezan a caminar, deambulan de un lado a otro, tocando todo aquello que está a su alcance, especialmente aquellas cosas riesgosas para ellos, como parte de su aprendizaje. A esta edad, algunas de las maneras de poner límites podrían ser: guardar las cosas que representan un riesgo, como objetos cortantes y líquidos tóxicos, así como tapando los enchufes. Hablar suavemente con palabras concretas y explicaciones breves como: “Esto lastima”, “esto duele” o “esto quema”.
Entre dos y cinco años. Entre estas edades, el lenguaje y la motricidad continúan su desarrollo con saltos cualitativos. Son los momentos de la vida, en que el juego es la actividad principal y cuando aprenden a comer solos, controlar sus esfínteres, a cambiarse la ropa con ayuda; señales que van confirmando su sentido de independencia y autonomía. Una manera de expresar sus deseos son los berrinches. ¿Qué hacer? No ceder es una forma de poner límites. “Los berrinches aparecen cuando no se sienten mimados, atendidos o no aceptan el límite que acaban de recibir”, dice en una parte del manual elaborado por Unicef.
Ahora hacia los cuatro y cinco años, son activos, se muestran más seguros en sus movimientos corporales como correr, saltar y empiezan a desarrollar su motricidad fina como pintar, dibujar, abotonar. Son imaginativos y espontáneos. Son curiosos, hacen muchas preguntas a los adultos. Pueden hablar de sus necesidades y emociones, pero les cuesta ponerse en el lugar del otro. “Esta es la etapa en la que reciben más castigos físicos, conforme lo indican los estudios realizados tanto a nivel nacional como internacional”, comenta Cecilia Sirtori.
Sigamos. Atendiendo siempre las orientaciones de la guía para prevenir el maltrato infantil en el ámbito familiar, los niños, las niñas de 5 a 11 años entran al sistema escolar con nuevas reglas, rutinas y responsabilidades, por lo tanto los padres, las madres deberían poner mayor énfasis en organizar un tiempo para el estudio, las tareas escolares y el descanso. Igualmente, distribuir un espacio para la TV, Internet y jueguitos electrónicos con control y restricciones. Poner atención especial a los diálogos sobre los cambios físicos, emocionales que aparecen en la etapa de la adolescencia, sobre el cuerpo, los hábitos de higiene y los riesgos vinculados al consumo de tabaco, alcohol y otras drogas. “Los adultos deben ponerse de acuerdo sobre las reglas y hablar un solo lenguaje, de forma de no crear confusiones que puedan conducir a la indisciplina. La coherencia entre los actos y las palabras debe ser innegociable para los que los chicos entiendan que hay una consecuencia ante una conducta inapropiada”, sostiene María Cecilia Céspedes.
Añade que es una etapa en la que el adulto también se ve obligado a ampliar sus informaciones, ya que hoy en día hay nuevos retos que exigen nuevos modelos de disciplina. “Internet, la televisión, los juegos llenan de información y abren la mente, y hay que estar preparado para contener y conducir hacia el orden”. Céspedes insiste en que el diálogo y la reflexión son alternativas de un cambio real y efectivo. “El dominio sobre uno mismo no ocurre milagrosamente, se necesita de la guía y del ejemplo de los padres para poder consolidar el valor de la disciplina. Es esencial el acompañamiento de los padres, de las madres”, reitera la representante de ADRA.
¿Hasta qué edad es vital ese acompañamiento? “Hasta los 18”, afirma Sirtori. Hasta esta edad es importante que los padres y las madres estén atentos a los cambios de sus hijos e hijas, no desde un lugar de control, sino de acompañamiento. Es necesario conversar y convenir pautas y límites con los hijos e hijas respecto a temas tales como el horario de estudio, de salidas, las fiestas, las compañías, el consumo de alcohol, tabaco y otras drogas, la conducción de vehículos y el cuidado sexual. En esta etapa también, los padres, las madres deberían ceder en aspectos que hacen a la independencia, como el corte de pelo, la vestimenta, y las preferencias musicales, “siempre dando firmeza en las pautas y los límites que brindan seguridad”.
Técnicas a tener en cuenta
Para no caer en la tentación de “pedir-hablar-gritar-pegar”, las entrevistadas coinciden en que los adultos deben parar, respirar hondo y calmarse. “Es el momento de preguntarse: ¿estoy esperando algo adecuado para la edad de mi hijo o hija? ¿Le estoy hablando claro y firme? ¿Le he mostrado con el ejemplo de mis acciones? ¿He sido consecuente con mis ideas y mis límites?... De esta manera, madres y padres podrán estar en un permanente proceso reflexivo acerca de cómo están ejerciendo su autoridad y como están siendo vistos por sus hijos e hijas.
Decirle al niño, niña, adolescente lo que debería hacer y lo que no es otro consejo brindado por la responsable de los talleres que comenzarán a implementar desde la Agencia Adventista para el Desarrollo de Recursos Asistenciales. Abrazar es otra actitud indicada, así como el refuerzo verbal de conductas positivas, el diálogo, el juego o la privación de alguna actividad que les guste. “Es vital también que asuman las consecuencias de sus actos. En el proceso de ejercicio de responsabilidad y autonomía es importante que conozcan y asuman las consecuencias de lo que hacen o dejan de hacer, obviamente, cuando esto no implique riesgo para su integridad o salud”.
Finalmente, como forma de detener el maltrato manifiesta que lo primero es identificar los casos, derivarlos a los organismos pertinentes. “En este sentido estamos trabajando con las Conserjerías Municipales de la Niñez y la Adolescencia (Codeni). Ellas funcionan en la mayoría de las municipalidades de todo el país”, revela Javier Espejo de ADRA. Las líneas de trabajo de los talleres, con los padres, tienen un tinte de sensibilización y capacitación; de reflexión, de desarrollar acciones positivas y actividades dirigidas a revisar el problema críticamente. “Desde la familia se debe transmitir el valor de la disciplina sin violencia con el ejemplo, para que así sea más fácil adquirirlo”, puntualiza Espejo.
Si sabe de alguien que sufre maltrato o pertenece a alguna empresa, colegio que quiera ser partícipe de estas charlas, no dude en llamar al 450-232 (ADRA) o al 611-007 (Unicef). La violencia infantil es un tema doloroso que —a pesar de innumerables esfuerzos, propósitos y programas— todavía no puede ser erradicada. Una desgracia originada y mantenida exclusivamente por los seres humanos. Cerramos la nota con las palabras del honorable Landon Pearson, director de Landon Pearson Centre for the Study of Childhood and Children”s Right, Carleton University, Canadá: “Las naciones no prosperarán si sus niños y niñas no sanan. Sufrir violencia durante la niñez es ser herido en el alma y no sanarse tiene como consecuencia inflingir dolor a otros y a uno mismo más adelante. Ningún niño o niña debe ser víctima de la violencia”.
Recuperar el buen clima emocional es fundamental para que las madres y los padres puedan ejercer su autoridad y que los hijos e hijas se sientan seguros y protegidos.
Las palabras fuertes y humillantes pueden generar los mismos sentimientos de dolor emocional, frustración e impotencia que el castigo físico en las personas.
La construcción de vínculos violentos en el interior de la familia trasciende el ámbito doméstico e influye en el modelo de sociedad en la que vivimos.
Cambiar los castigos por el diálogo, la reflexión implica un gran desafío y un cambio cultural profundo, que deberá iniciarse en el interior de cada persona y de cada familia.